Hoy hemos desayunado con el despido de Fernando Berlín de la
cadena SER después de 18 años de colaboración. El cese del director de La Cafetera se produce tan solo unos meses después de que la radio de PRISA
decidiera prescindir de los servicios del director del eldiario.es, Ignacio Escolar.
Son, Escolar y Berlín, dos periodistas de la “nueva generación” que han crecido
con un pie en los márgenes del periodismo digital y otro en el centro que
dibujan las grandes empresas mediáticas con sus plataformas multimedia y
tertulias. Dos casos de éxito, ahora unidos por un mismo destino. Sin embargo,
el caso de Fernando Berlín supone un salto cualitativo respecto al de su
predecesor. A Escolar se supone que lo echaron por meterse con el “jefe”. A
Berlín, por meterse con las ideas de este.
La SER, que parecía gozar de una mayor capacidad de
resistencia (pese a fichajes escamantes como el de González Ferrari el pasado
año), sigue los pasos de su hermano El País y toma partido claramente a favor de
lo que algunos llamarían los “intentos restauradores del Régimen”. Su posición
de liderazgo entre el tradicional votante de centroizquierda, incluso de
izquierda a secas, la sitúan en una situación envidiable a la hora de inclinar
el fiel de la balanza. Algo que pasa necesariamente por reequilibrar el peso de
los distintos “creadores de opinión” dentro del medio llevando el sagrado pluralismo (estas cosas deben hacerse bien) hacia posiciones más “moderadas”, aunque esto acarree infrarrepresentar a una
parte de la sociedad que por efecto de estos mismos ajustes es progresivamente
expulsada a los márgenes: no parece la mejor fórmula para propiciar la cultura
del pacto y del consenso de la que continuamente alardean.
Abrumados por la avalancha digital (la lectura de ‘El
pianista en el burdel’ de Cebrián resulta muy ilustrativa a este respecto), y
lastrados por algunas nefastas decisiones tomadas durante la pasada década, los
directivos de las marcas del grupo PRISA se resisten a abandonar el papel
central que tuvieron durante la Transición como “intelectuales orgánicos”, con
la diferencia de que si entonces el rotativo y la emisora operaron en un
sentido progresista, durante esta crisis del sistema de partidos, a pesar de la transgresión light de la que
hace gala especialmente la segunda en los tramos no informativos, lo hacen en
dirección opuesta hasta el punto de que da la sensación de que únicamente el hecho de que algunas de las firmas más "combativas" formen parte del conglomerado editorial del grupo, parece atemperar este gatopardiano viaje a la sensatez. Decir a estas alturas que Cebrián es al periodismo lo que Felipe González a
la política no es descubrir el Mediterráneo.
Desde luego, los responsables de estas empresas están en su
derecho de marcar la línea editorial que consideren oportuna tanto como de
elegir a los profesionales capaces de ponerla en práctica. Pero el mismo
derecho nos asiste a quienes hemos sido durante décadas sus “clientes” de criticar
el cambio de rumbo. Tal vez sean ellos quienes han evolucionado –recordemos aquel
tristemente célebre editorial de El País en el que revisaba drásticamente su visión de la figura del Che- y los carcas seamos nosotros. O a lo mejor es que
se trataba simplemente de poner la vela en la dirección en la que soplaba el viento.
El caso es que algunos tenemos la impresión (no es para sentirse orgullosos) de
que no nos hemos movido demasiado. Y que lo que buscamos precisamente en Infolibre,
eldiario.es, CTXT, o La Cafetera es lo que antes nos proporcionaban -antes de ser "globales"-, quienes ahora
sancionan todo cuestionamiento, por mínimo que sea -pues no me vendrán a decir
que Berlín y Escolar son peligrosos extremistas- del statu quo.
¿No es acaso esto lo que buscaron millones de exvotantes
socialistas al depositar su confianza en un partido, más reformista que
rupturista, como Podemos? ¿No pensaron estas personas que algunas veces para
seguir en el mismo sitio lo mejor que podías hacer era moverte? También está el
caso contrario: que el sitio, o en este caso el medio, viaje contigo. Como
Vargas Llosa. Aunque este al menos tiene una virtud de la que los demás, empezando por el académico magnate, carecen: la de ser el mejor escritor en lengua española vivo.